Llegamos puntuales, a las 21.00h. Más de un centenar de personas expectantes en el hall del casino mueven la cabeza y los pies a ritmo de swing, una sintonía suena desde algún altavoz, hay buen rollo.
Muchos de los asistentes vienen perfectamente caracterizados con un vestuario de lo más vintage… De repente aparecen los artistas. Cuatro personajes nos cogen de la mano y nos llevan al photocall, donde hay un montón de plumas, sombreros, pajaritas… todo lo necesario para salir ideales en la foto que subiríamos en breve a Instagram.
La chica que está en taquilla nos recuerda la contraseña. ¿Contraseña? “Clandestino Night Club”. La cosa promete… Bajamos las escaleras, todo está oscuro, detrás de unas cortinas un señor trajeado se asoma para preguntarnos la contraseña. Entramos y no vemos nada. Está todo lleno de humo. Entre esta humareda característica de cualquier club clandestino que se precie, llegamos hasta nuestra mesa. Música en directo en el escenario, un atento camarero nos sirve la bebida, y esperamos a que pase algo mientras nos reímos por la escena que acabamos de presenciar.
¡Y vaya si pasa! Una sirena anuncia un bombardeo, los mejores temas de la época dorada de Hollywood, espías, chicas con trajes militares, colorido, baile, una mezcla explosiva entre música, espectáculo y gastronomía.
No daré más pistas, no seré yo quien haga spoiler. Sólo os diré una cosa. Al final de la noche, habíamos cenado de lo más bien, disfrutado de un gran show en directo y hecho nuestros pinitos bailando lindy hop al compás que marcaba una big band desde el escenario. No recuerdo subir al Delorean, pero pasamos la noche en un club clandestino de los años 40.